27 ene 2013

La respuesta está en los anfibios

La gran propaganda que mantiene sometida desde la niñez a la mujer es digna de estudio. No hablo ya de simples anuncios de lejía en el que siempre es la "maruja" de turno la que no puede eliminar la cal. Me refiero a algo que va más allá de unas baldosas sucias, mas bien es un ataque directo al ideal de vida que queremos poseer.

Desde pequeña siempre me entusiasmó leer cuentos y ver películas de Disney, la cual tenía por aquel entonces el monopolio de absolutamente todas las películas infantiles, en todos ellos me encontraba con lo mismo: un sapo y una princesa. El sapo siempre sufría algún tipo de hechizo o problema del pasado que evitaba mostrar al mundo realmente como es. Por supuesto, la princesa ansiosa de ser rescatada de su monotonía y celibato rosa logra ver en su sapo una misión, un reto, un dragón a batir en duelo.

Tan absurdas somos que nos creemos que todos los sapos al ser besados se convertirán en los príncipes que queremos, o que al menos nos han metido en la cabeza que queremos que sean. Pero lo cierto es que besar un sapo siempre te dejará verrugas, que si él no te pide ayuda tú no eres nadie para involucrarte en su causa. Que jamás debemos seguir besando y sobando a ese anfibio sólo porque a él no le importe recibir tal manoseo, se curará cuando quiera hacerlo.

Me han preguntado tantas veces amigos que porqué una mujer no se fija en aquel que la cuida desde el primer momento. La respuesta está en los anfibios, preferimos esos sapos misteriosos cargados de problemas o indiferencia, el reto de la princesa siempre estará grabado a fuego (o lo que es lo mismo, el morbo del malote). Y es que díganme, ¿en qué cuento la protagonista acaba con su leal vasallo? 

La diferencia entre el castillo de Disney y la vida real no es sólo que en el final no se termina comiendo perdices (con la que está cayendo pollo y mucho es), sino que por muy princesa de título tangible que seas si besas a un sapo, terminarás cayendo con él. Y si no llevo razón, que se lo pregunten a nuestra querida infanta.

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